martes, 20 de noviembre de 2012

Sobre nudos interiores y ataduras exteriores.

Si pudiera, me atara

a la cama, a un corazón.

Eso, si pudiera.

Pero no sé,

los lazos no son mi fuerte.

Y todas mis cuerdas están anudadas.

Por eso, si pudiera.

Seguro me atara.

a la cama, a un corazón.

Si supiera,

me desenredaría, y me atara.


lunes, 1 de octubre de 2012

la mente divaga.

Supongamos que le vale madres todo. Que va bien, y que en realidad es feliz, porque no está triste.

Ahora, supongamos que ni feliz está. Y que no puede estar triste porque no tiene razón para estarlo, y va igual con la felicidad.

¿Pero, a qué le dice uno "estar feliz"? ¿a despertarse caliente, vivo y sano en una cama mullida? ¿a reír más que llorar? ¿al café caliente en la mañana? ¿qué es lo que piensa la persona que se considera feliz? 

Supongamos que está triste, la persona. Y que le cuesta levantarse de la cama mullida, y ponerse de pie, y cambiarse de ropa, y hablar. Sólo porque está triste.

¿Pero, cuándo se considera que estamos tristes? ¿cuándo vemos la calle soleada, y todo parece lejano y ajeno? ¿cuándo el pecho te oprime y la desesperación te punza la frente? ¿es cuando lloras y no ríes?

¿qué pasa cuando no sientes nada?

¿cómo se le llama a eso?

jueves, 20 de septiembre de 2012

oh, cafeína, dulce cafeína.

No quiero escribir, lo que quiero es mucho helado... De café y de tiramisú, juntos en una taza muy grande...

En fin, no quiero escribir. Estoy de paro hasta nuevo aviso.

pd: No es que no quiera, es sólo que no tengo inspiración. Y además quiero cafééééééééééé. :)

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Mejores amigos V

Parte V

El amanecer sigiloso sorprendió a Julián desvelado, con los ojos irritados y cansados y el cuello agarrotado. Shana dormía aún, yaciendo plácida sobre un montón de papel periódico en el piso polvoroso, cuatro metros lejos de él; o Julián a cuatro metros lejos de ella.

Él se avergonzaba de su posición, acuclillado en la esquina, distante y precavido. Fue un impulso de  madrugada, un escozor en la espalda, justo donde la respiración pausada de Shana le calentaba el omóplato.  Se avergonzaba de haberse levantado aprisa de su lado, temeroso; también de haber vigilado, con recelo, su sueño. Y más avergonzado estaba de haber creído que le saltaría encima en cuanto se durmiera.

—¿Qué carajos estoy haciendo? —Susurró cansado, peinó su cabello grasoso, restregó sus ojos rojizos y se puso de pie. Salió por la ventana rota ocultando un bostezo con una mano, mientras la otra se agarraba del marco, y lo impulsaba hacia afuera. Un aire frío le abrazó en seguida, mordiéndole las mejillas y lamiendo su cuello descubierto.

Caminó alrededor de la casa olvidada, que habían conseguido como refugio, hasta llegar a un camino que se perdía entre arboles frondosos y sucios. No se sentía a gusto acompañado de tanta naturaleza muda, pero prefería el frío al miedo y al recelo que le acosaban cuando estaba con ella.

Ofuscado, y repentinamente acalorado, se arrodilló frente al tronco de un pino prominente. Sintió el pecho oprimido, un sudor frío en las manos, el vello erizado en los brazos y un quejido que le brotó de los labios resecos. Un pequeño recuerdo de sus ataques de pánico, los cuales no sufría desde que Shana le robó sus días.

Pero éstos se perdían en la espesura de un futuro incierto, escondidos en los ojos de una Shana que reconocía apenas. Y sus días se iban, y sus ojos se perdían y no eran los mismos.

¿y qué haría él cuando los ojos de ella no fueran los de Shana?

¿y como haría él sin esos ojos?


Hola, ¿qué tal les va? 

Este capítulo fue duro para escribir. Siempre las partes con Julián me cuestan un poco, Shana es más fácil de redactar... En fin, no he actualizado mucho, escrito mucho tampoco... Mi mente justo ahora está catastróficamente liada. Y no es de esos líos que me gusta transcribir, no. Es de esos que ni siquiera deseo tener. Ja, y yo tan acostumbrada a evitarlos, me cayeron encima sin piedad... 

Espero estén mucho mejor que yo, les deseo un muy bonito día.

Saludos y hasta pronto, mentes ávidas.

"Me cansé de que no me oyeras nunca"

Tenía ojos en la boca, pues era de esas; de las que hablaban más con los ojos que con la lengua. Pero no lo digo por eso. Sino porque ella sabía mirarte con la boca. Me conocía, y conocía a todos con la boca. No tiene sentido, claro. Pero es que ella nunca tuvo sentido. Era más bonita así, sin sentido. Toda retorcida y tonta.

Pero después empezó a hablarle con la boca a otro. Con la boca, a mi nunca me habló con la boca. Yo pensaba que ella sólo hablaba con los ojos. Pero con el otro se reía incluso, a carcajadas se reía. No sé cómo. Por qué tampoco. Ni siquiera sabía qué pasaba. ¿Desde cuándo ella se ríe a carcajadas?, yo me decía.

Con el tiempo dejó de mirarme. Lo que se traduce a que dejó de hablarme. Como antes, me refiero. Porque  vivíamos juntos, sería imposible que no nos habláramos en absoluto. Pero ella casi lo hizo, dejó de hablarme con los ojos.

Un día la miré mucho rato. Como tratando de buscarle el "ya no te quiero conmigo" en la mirada oscura que tiene. No encontré nada, nada aparte de un hastiado y chillón "deja de mirarme así, sabiondo". ¿Qué podía hacer? Antes era bonita, toda retorcida y tonta. No me sentía bien con la conversadora lengua que presumía. No era la misma. Había cambiado.

Claro, que tampoco me esperaba lo que me pasó. No... No lo esperaba, para nada lo esperaba. Llegué un día a casa, con el mismo humor de siempre. Esperando encontrarme con esos ojos que ya no me decían nada, ocultos tras un cristal de aumento... Pero no. Nada...

Se había ido, los ojos mudos, la boca ahora parlanchina. Todo, incluso su ropa cursi y ajustada. Se había llevado hasta el loro, mi loro... Bueno, nuestro loro. Y lo único que me pudo dejar fue una nota... No una nota bonita, no. Un garabato tras una propaganda de viagra. No sé por qué tendría yo una propaganda de esas en la mesa. Pero la tenía, y ahora estaba incluso garabateada. Una linea corta, que no tenía ningún sentido.

"Me cansé de que no me oyeras nunca"

jueves, 23 de agosto de 2012

Mejores amigos IV

Parte IV

Le ardía la garganta, no sabía. Encerrada en el baño de una gasolinera, a media noche, lagrimeando lo que no pudo hace horas. Miró su rostro demacrado, pálido, ojeroso y casi fantasma. Shana no supo si era ella la que, llorona, se reflejaba en el espejo. Julián sabía que ya no era ella. No la de antes...

—Pero aún soy... ¿Verdad? —La Shana del espejo le sonrió; media mueca rota, cínica, maliciosa y sádica. Y casi escuchó la risa entre dientes de su reflejo, mofándose de ella.—Sólo tenemos a Julián, no lo echemos a perder. Tú... No podría sobrevivir sin él. No soy... No somos nada sin él. ¡No lo jodas ahora!

El silencio que le respondió fue punzante, y le dolió tanto como los nudillos rotos. Shana no sabía... Se preguntaba, pero no sabía. 

—¿Shana? ¿Qué... —Entró Julián, con la preocupación precavida pintada en el rostro. Una mueca que Shana le había aprendido recién.—¡Shana, tu mano! ¿qué sucedió?

Aspiró profundo, reconociendo la hediondez del lugar; el olor de Julián después: sudor y desodorante de menta, algo de su gel para el cabello, y la tierra húmeda en la suela de sus zapatos. Algo de cloro, desinfectante de limón. Y al fondo, casi camuflado, el hedor de su sangre.

—¿Estás bien?

Miró al lavabo, manchado y sucio, cubierto de esquirlas de vidrio. Se lavó la sangre, presionando después los nudillos limpios contra su camisa. No quiso mirarse en el espejo destrozado, no quería saber de la Shana en el espejo. Tragó saliva, y le urgió abandonar aquel apestoso baño. Julián cubrió sus hombros con un brazo, besándole la mejilla cariñoso y precavido.

No tiene que ser precavido conmigo, pensaba mientras cruzaban la puerta. Pero Shana no sabía... Porque escuchó a la otra como reía estruendosa desde el espejo roto, porque le ardía la garganta, porque el hedor de su sangre le sabía bien. Y porque Julián estaba cerca, pero precavido.

¿Hasta cuándo seguiré siendo Shana?

domingo, 12 de agosto de 2012

Mejores amigos III

Parte III

Julián se encontró frente a un portal viejo, con un dedo presionado en un timbre que chilló al segundo, sin notarlo. Después se abrió la puerta, y miró a Shana, que estaba pálida y con los ojos acuosos.

—¿Estás...? — Dejó que el resto de la frase le flotara hasta el oído por su cuenta, él no quería preguntar. Ella asintió y se limpió los rastros de sangre del labio.

—Sí, todavía. —Le aseguró Shana, afirmando que era la de siempre. Sólo que con el pelo enmarañado y las ropas húmedas con sangre.

Él no quiso cerciorarse, sin embargo, y sólo pasó por su lado al penumbroso pasillo. De espaldas a ella, su rostro se afligió pensando en el porvenir de Shana, en el suyo. En el de ambos. Entonces volvió su cara, y la vio con la mirada baja, los labios tensos y ya no quiso pensar más.

Se acercó a su lado, palmeó su cabeza y le besó la frente.

—Vamos a estar bien. Yo estoy contigo, ¿de acuerdo? —Le preguntó, se preguntó. Ella asintió, confiaba en él. Julián no sabía, él nunca pudo confiar en sí mismo; y en Shana...

Ella sonrió; mostrando unos dientes manchados de sangre, una sonrisa que no era de ella, sino de lo que sería. Una sonrisa que lo desarmó, y que le hizo saber... Pero no podía dejarla, nunca podría.

Aunque Shana le mostrara los colmillos llenos de sangre, aunque le saltara al cuello como lo hizo con su padre.

Julián siempre estaría con ella... Condenado con ella.

miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Quién?

¿De qué va a huir si no esconde monstruos bajo la cama?

Joselia no tiene temores, vida recta, perfecta, sin rayones ni errores. Un camino que recorre sin piedras, porque ella las sabe saltar sin verlas siquiera. No es muy ni muy poco. Es Joselia. En el medio, intermedio, neutral. Sin piedras en el camino, ni de las buenas ni de las malas.

¿A quién le va a llorar si no siente por nadie?

Al padre, a la madre, al primo, a la abuela. La familia, la constante, el igual. Los de siempre. Allí no hay bajones, ni subidas. Recto, como todo. Amigos que son como una nube; se van y después no sabe si llegan. Y si llegan, no se da cuenta.

¿En qué espejo se va a reconocer si no se encuentra en el reflejo?

La carrera de su madre, la casa de su padre, los chistes de su primo, las costumbres de su abuela, la indiferencia de sus amigos. Copia, recto, sin piedras, ni bajones ni subidas.

Se ha perdido.

¿Joselia, decía?

¿Quién?

No sé, no la conozco. No existe, son letras, no tiene reflejo, tiene la vida recta, sin piedras.

¿Quién?

Mejores amigos II

Parte II

Shana aventó el teléfono al pasillo, apresurándose a la sala. Su padre la veía con ojos muertos desde el sofá. Del cuello aún borbotaba sangre, que manchaba el sofá y la camiseta que vestía. Le nació un rugido en el estómago, pero apartó la vista antes de que llegara a su garganta. Caminó hasta el televisor, que seguía transmitiendo un partido de fútbol. Sintonizó un canal de noticias, y se arrodilló frente a la caja parpadeante.

Notaba frío en los pies, cosquillas en el cuello, y una sensación pegajosa en los labios. Se sintió perdida, de repente, con los brazos tiesos y la mirada nublada de confusión. Le temblaba el pecho y la punta de los dedos. Y la sangre en su boca ya le sabía amarga. Sollozó un rato más, sin lograr inundarse con agua las mejillas.

La luz del televisor le perfilaba en el rostro, un semblante rígido, compungido y desasosegado que se alteraba con arrugas cada que vez que Shana olía a su padre muerto recién. Con las pupilas dilatadas, las aletas nasales expandidas y un rugido constante que trataba de calmar, ella esperaba que Julián llegara y la serenara. Y le quitara el temblor en los dedos, que retorcían el dobladillo de su pijama con impaciencia.

miércoles, 18 de julio de 2012

Mejores amigos I

Parte I.

Julián examinaba con detenimiento su revista; la guardaba entre las hojas amarillentas de un libro de cuentos religiosos —un regalo de su fanática abuela—, atesorándola. La mujer que posaba era morena, el cabello desordenado le ocultaba parte de un seno, y el otro se sobaba en una mano masculina. Estaba en esas, cuando un pitido quedo se escuchó tras él, bajo la almohada. Cogió el aparato, presionó una tecla, y suspiró un "diga" muy leve. Sus ojos seguían atentos a la morena que le sonreía desde la foto.

—Juli, lo maté... Maté a mi padre.

Él no entendió a la primera, todavía tenía la mano en los calzoncillos y la mente en la morena. La voz, rasposa y quebrada, interrumpida sólo por hipidos nerviosos, repetía la frase una y otra vez del otro lado de la linea. Las palabras maté y padre limpiaron el sofoco acentuado en sus mejillas.

—¿Qué? — Espetó. Se escuchó un sollozo, y Julián reconoció el tono de Shana. Entonces la morena, la excitación y la revista quedaron en la cama cuando saltó de ella. Y repitió con voz más suave. —¿Qué?

—Yo... Yo no sé, él estaba gritando. Y luego me llamó monstruo, yo enloquecí. Y después él... Yo... Juli, Juli... Ayúdame...

Cerró los ojos y pensó. Se sintió en blanco, un sonido de vacío que le aturdió y un pequeño temblor que se apoderó de su parpado izquierdo. Después soltó las palabras que serían su condena.

—Está bien, quédate donde estás. Estaré contigo enseguida.


Hola, ustedes que me leen.


Entonces... Empecé esta historia corta, que voy a ir publicando en drabbles (porque es lo que me da la inspiración). Es tragedia, tragedia y más tragedia, con ficción para hacerla más coherente (uh). ¿Opiniones?


Saludos. :)


lunes, 9 de julio de 2012

Feliz cumpleaños


Aunque el único sonido que se escuchaba era el incesante tic tac del reloj de la sala, él podía percibir voces; murmullos suaves y misteriosos que provenían de todas partes. Sus ojos desorbitados por el terror revoloteaban por toda la habitación, buscando la fuente de esas voces tenebrosas. Tapó sus oídos con sus manos, tratando así de ignorar esos susurros que escuchaba. Sin embargo, él seguía escuchando. Un ulular sin sentido, pero que a la vez era tan claro como el sonido de las agujas del reloj. Su corazón palpitó con fuerza cuando sintió una suave y helada brisa en su espalda. Con la frente perlada en sudor y las manos temblorosas, el hombre trataba de encontrar algo que le asegurara que estaba solo. Y que aquel miedo incoherente era producto de un mal sueño. Se encontró, sin embargo, soltando un chillido cuando divisó una oscura silueta en una de las esquinas de la sala. Sentía su corazón latir desbocado, buscando salir de su pecho. Huir de allí, como a él le hubiese gustado hacer. El miedo, que sintió como un nudo en el estómago, le hizo jadear y con voz queda preguntó: 

—¿Quién eres? —Cerró los ojos por un instante, forzándose a despertar de aquella pesadilla de la que se creía prisionero. Pero aún seguía en esa habitación oscura; seguía en esa pesadilla. Una tan real como la lluvia que arremetía contra el cristal de la ventana, tan real como el descontrolado temblor en sus manos, tan real como su vista nublada por el miedo... Real como la silueta que se movía, lenta y sigilosamente hacia él. 

Retrocedió asustado, trastabillando hasta chocar contra la pared. Un relámpago ocasional le iluminó el rostro deformado por el miedo, y en ese segundo de claridad supo que iba a morir. Lo supo, y no dudaba de su fatal destino. E ignorando las imágenes que su mente le mostraba, sollozó en silencio. 

La silueta detuvo su andar al tiempo que, en la habitación, se encendía una luz blanca y muy tenue; que bastó para iluminar las facciones delicadas de una niña. Él, asombrado, cesó su llanto para mirarla fijamente. Pequeña y delicada. Se veía frágil en ese vestido sucio y raído. Suspiró con alivio y se cubrió la frente sudorosa con su mano. Al subir la vista a su rostro, se encontró con sus ojos, rojos y brillantes, circulares y grandes que lo miraban fijamente. Y luego, una risa rota, infantil y escalofriante le heló la sangre. La niña alzó un brazo en su dirección, apuntándole con la mano en una extraña posición. Los labios de ella se movían, al tiempo que él escuchaba cientos de voces que le hablaban a la vez, aturdiéndolo y asustándolo aún más. Las voces se hicieron más escandalosas, y todas ellas gritaban en su cabeza. Sintiendo un dolor en las sienes, él hombre cubrió sus oídos desesperado, tumbándose de costado, escondiendo su cabeza entre las piernas. 

—Es mi cumpleaños —Había susurrado la niña. Él hombre se irguió y dirigió su mirada a la pequeña de ojos rojos. Se había acercado a él, con las rodillas flexionadas y las manos posadas sobre ellas, mientras le sonreía con inocencia, macabra inocencia. Ella olía a muerte, a maldad. A sangre. Y cuando él gimió de miedo, ella le mostró sus colmillos, largos y filosos.  

Estaba acuclillada frente a él, con esa sonrisa retorcida y macabra, iluminando su rostro con el brillo rojizo de sus ojos; sintió como la habitación quedaba en silencio sepulcral, suspendida en penumbras y con el olor característico de carne podrida. La niña, mientras, seguía mirándole fijo, sin parpadear y con un extraño rumor saliendo de su pecho. Algo que él, en medio de su caos mental, supo comparar con el ronroneo de un gatito.  

—¿Feliz cumpleaños? —La niña suspiró de gozo al saborear la confusión en las palabras del hombre. Ella podía sentir su corazón palpitando frenéticamente, el sudor deslizándose por las sienes, el temblor perceptible en los labios, manos, hombros y rodillas. Podía incluso oler el miedo humedeciendo los pantalones del hombre.  

—Sí, gracias. ¿Me dará mi presente ahora? 

Él la miró confundido, y la alarma oculta de su mente le chilló al oído advirtiéndole que huyera. Sus rodillas no le fallaron, sus pies dormidos se movían lo más rápido que podían, y sus ojos no pararon en ella cuando salió disparado al corredor oscuro. Al fondo sí pudo escuchar su risa infantil, seguida de un rugido que nada tenía que ver con un gatito.  

Corrió hasta refugiarse en el closet debajo de la escalera. Por un segundo, la oscuridad del reducido espacio le quitó el miedo, los temblores y las ganas de llorar. Luego escuchó pasos ligeros sobre su cabeza, bajando con un andar lento por la escaleras. Segundos más tarde, silencio. Jadeó sin querer varias veces por la anticipación, porque él creía que refugiándose allí, la niña se iría lejos. Y despertaría de esa pesadilla que parecía nunca querer terminar. Él sólo debía esperar... 

—¿De quién nos escondemos? 

Una risita ligera, unos ojos rojos y el brillo de unos colmillos largos se acurrucaban en su costado, mirándolo con interés. Él no pudo siquiera gritar. La sorpresa, que ya se había convertido en terror, le había cerrado la garganta. También la nariz, porque no podía respirar. Se aventó a la puerta, y en su desespero por salir de allí, chocó con la pared del pasillo. Vio manchas brillantes antes de girarse y grabarse en la mente el zumbido de esos ojos rojos. 

Antes de mezclarse con la penumbra, observo como la piel pálida de la niña se tornó oscura, viscosa y brillante. La nariz se encogió hasta desparecer, los ojos se apagaron hasta volverse negros, y de las manos nacieron garras. Ella chilló y se le subió encima, hundiendo una garra en el estómago, subiéndola hasta el cuello. Gruñó cuando le mordió el cuello y después rió mientras se lamía la sangre con gusto. El hombre dejó de sentir cuando ella le arrancó el corazón y lo lanzó al fondo del pasillo. 

—Señor, muchas gracias por el regalo —Le dijo.  

Y se marchó después, con la apariencia de una niña que acaba de recibir el mejor regalo de su cumpleaños. 




¿Alguien más es fanático de historias macabras? ¿O sólo yo? 
Gracias por leer, pasen y comenten su opinión. No muerdo :)

jueves, 28 de junio de 2012

Somos.

Somos de lineas rectas; paralelas que se quieren, pero no se tocan.
Somos ondas en el cielo, que buscan tener manera pero siempre son amorfas.
Somos como pajarillos sin nido, buscando y buscando, pero casi nunca encontrando.
Somo así de callados, como el silencio cuando dormimos, o como la bulla cuando nos abrazamos.

Somos de lineas rectas, que se cortan entre sí, pretendiendo un abrazo.
Somos casi onduladas, imitando la forma del otro. Sin éxito, por supuesto.
Somos los huevos sin madre, el embrión sin útero, el hijo que nadie quiso.
Somos como el viento de día, que vuela sin prisa o con ella si desea.

Somos dos sin llegar a ser nos.
Somos uno, sin formar parte del otro.
Somos muchos, más que ellos.
Somos más que las nubes que navegan en silencio.


Somos así, cielo mío. 
Y sin el nos, pero no me afecta.
Somos, y eso es lo que importa.

viernes, 8 de junio de 2012

Bombas en el pecho y corazones en la mente.

—¡Tengo un corazón real!

No le sabía algún otro rostro diferente al pasivo y aburrido de siempre, nada como el sonriente y sonrojado que me presumía ahora. Vale, que se veía más vivo, por decirlo así. Aseguraba entre saltos de dicha que tenía un corazón, ¡Uno real! Valga usted a saber si era verdad o no, pero se le veía feliz. Y eso era lo extraordinario.

— Valeria, te digo, tengo un corazón real. ¡Late, suena, se siente pesado y hasta duele! ¡Uno real, carajo!

— Calla, tarado. Que te oyen y nos amonestan. ¿Qué sandeces dices? ¿Corazón? ¡Has perdido el juicio!

— No, que tengo uno. Acá, acá. Del lado izquierdo. Dale, siente, siente...

Todo está en la mente, me dije. Y es que cuando le toqué el pecho caliente, sólo sentí el motor de la bomba.

— Quizá sea hora de que te cambies la bomba, la IEV promociona la actualización de la 3k90.

— Valeria... ¿Es que no lo sientes?

Si se refería al latido de la bomba, sí que lo sentía. Le venían algunas reparaciones, su motor estaba viejo, parecía un pequeño vibrador en el pecho.Y eso no me hizo sentir bien. Rodrigo y su corazón falso (o no) me habían aflojado los lagrimales; y un poquito los recuerdos de antes, cuando creía que se podía tener corazón si uno lo deseaba lo suficiente. ¿Por qué uno no tiene lo que desea?

— El corazón está en la mente, en el pecho tienes una bomba que te mantiene vivo. ¡Una bomba! con engranajes y cables. ¿Caliente, dices? ¿Y que te duele a veces? Pues te digo, actualiza tu modelo, es viejo y pequeño. ¿Acaso tu madre no te dijo que cuando cumplieras los quince la tenías que cambiar? Uno crece, y la bomba debe cambiarse a una más grande para tolerar mejor la vejez. Y si el tuyo te duele es porque algo debe estar mal, mira sino es un cable suelto. Y si toca algún nervio, te va a doler mal. Quizá ya te haya tocado alguno, y hasta estropeado. ¡Actualizar es la clave!

— Pero que bonito hubiera sido, ¿no, Valeria? Ilusionarse con que todo se guarda ahí, y no en el recuerdo. Y que no importa el tiempo que pase o que no pase, siempre estará todo allí. Con los mismos colores, con los mismos sabores y texturas. ¡Hasta con las mismas emociones! Porque la mente a veces tergiversa, y hasta peor, olvida. Pero que bonito hubiera sido. Si uno no se guardara las cosas en la mente, y sólo en la mente. Y que lástima que uno tenga una bomba con motor y que la mía esté vieja y pequeña. Pero igual duele; sí, quizá haya algún cable suelto.

Que putada. Que digo, patada. Y me salió con esas; él, que no parecía vivo, más bien un fantasma de carne y hueso, y cabellos rubios. Me dice (más bien susurra, con voz rasposa y quebrada) que hubiera sido bonito. ¡Bonito! Es que Rodrigo nunca aprendió, nunca supo. Que la vida es como es, y uno tiene lo que tiene. Y si le digo que la bomba en su pecho es sólo eso, es porque es así. Yo misma lo comprobé, y esa ilusión se disolvió para siempre. El que siente, es porque necesita un estímulo. O más bien su mente. Porque uno es una marioneta. De carne y huesos, y cabellos coloridos. Y bombas con motor, engranajes y cables sueltos. Y por la culpa de ese pelotudo, la bomba mía se había estropeado (o re-estropeado).

— Pero sí, hubiera sido bonito...


****

Esta locura cursi y tonta es una ¿crítica? Quizá algún punto de vista mal expresado que me conseguí por alguna parte de mi mente. No tiene mucho sentido, como casi todo lo que pienso. Pero nada, quería robarme este espacio para agradecer a cualquier mente curiosa que me lee, susurra y crítica. Bienvenidos sean todos. 

Ya, me voy. 

Saludos, mentes ávidas.

viernes, 1 de junio de 2012

Camila.

Dibujo de Ana Guann


Camila fue un retrato que hice para un concurso. No me costó mucho, el carboncillo se deslizaba por el papel con naturalidad, igual que el recuerdo de su rostro en mi mente. Vivo, asustado, pequeño, pecoso y sonrojado. El resultado fue un bosquejo burdo de lo que sus facciones alguna vez fueron, o casi. 

Alguna vez... Ni siquiera la escuché hablar, sólo conocí sus ojos asustados y confundidos, y ni eso duró mucho tiempo. De su rostro sólo vi la mitad, las pecas de sus hombros las logré atisbar, y parte de su espalda pálida, también pecosa. El color de su cabello no lo recuerdo, la farola del bar le daba un brillo rojizo, pero yo la imagino morena, le pega mejor a su recuerdo. Y las cejas finas, y los labios llenos, y la nariz pequeña...Y los ojos asustados y confundidos. 

Yo estaba en ese bar por casualidad, y casi nunca tengo una casualidad memorable. Fue acaso casualidad que yo hubiera salido, o que la hubiera escuchado suspirar y jadear. Afortunado yo, ella no tanto... Yo encendía un cigarrillo cuando vi la mitad de su rostro, atisbé las pecas de sus hombros y de su espalda pálida, y los ojos asustados y confundidos. 

Después me urgió ir al servicio. 

Al día siguiente el callejón del bar estaba repleto de policías con rostros serios y cintas rezando prohibido el paso. Luego se escuchaba de ella en las noticias, en los periódicos, conversaciones en las paradas de bus y demás vías de comunicación. 

No tuve curiosidad por conocer de ella, me bastaba con la mitad de su rostro, las pecas difusas en sus hombros y en su espalda pálida. 

Ah, y los ojos asustados y confundidos. 

sábado, 28 de abril de 2012

Él ya no respira.

Él ya no respira. 

El preludio de su muerte fueron las voces. Unas que le susurraban al oído sonetos melosos. Tan dulces como la voz de un ángel, que le envenenaron el alma con premura. Al tiempo ya no le quedaba vida, el brillo de sus ojos grises se difuminó y el calor de su voz se enfrió en el olvido.

Él ya no respira, claro que no.

Dejó su cuerpo descuidado, al amparo del tiempo. Se dio a la fuga, se escondió en los recovecos húmedos y sucios de su mente; cubriéndose con un velo blanco de indiferencia y amargura, locura, odio y qué sé yo que otra cosa más. Se plantaba en ser insolente con la mano amiga, mientras jugaba a ser la musa de las voces susurrantes.

Él ya no respira, ¡Ay, qué pena!

No le importó a nadie, después de un tiempo. La soledad le buscó, y le nombró hogar temporal. Se alojó en sus huesos y siempre en sus ojos; sin brillo, claro está. Un inmueble tan gastado y viejo que dolía incluso al vivir.

Él ya no respira, y a mi no me importa.

Y no le miento, mente ávida. No me importa, pero en el pasado sí. Y el pasado es la piedra que se busca en el camino. Y yo me la consigo todavía. Con sus ojos, boca y nombre. Pero como le confesé: Ya no me importa.

Él ya no respira.

La soledad le había destruido, las voces se habían apagado. Y él salía de su escondrijo muy tarde.

Él ya no respira.

Porque le dio la espalda a mis suspiros, me volteó la mejilla, me golpeó la mano, me escupió el rostro.

Él ya no respira, desde hace media hora.

Pero a mi no me importa.


domingo, 8 de abril de 2012

¿No te ha pasado?

Que la vida te pasa,
te deja atrás.
Y te dice adiós con un suspiro.

Que cuando abres los ojos,
ya es de día.
Y no vuelves a soñar con sus ojos.

Que sientes que se te acaban las sonrisas,
los ánimos 
y a veces las ganas.

Que te importa mucho todo
y que incluso te preocupas.
Sin notarlo siquiera.

Que a veces no duermes,
no sueñas 
y solo te lamentas.

¿No te ha pasado?

sábado, 10 de marzo de 2012

Marina.


Marina

Con los labios carmín
Con los ojos de miel
Y con el lunar, suertudo, que se coronaba rey de su sonrisa.

Marina

La de las montañas bonitas.
La de la cintura peligrosa
La de piernas infinitas...

Marina

Llevaba los sueños enredados en el cabello caoba,
Las galaxias escondidas en su mirada aguda
El misterio de la vida en su sonrisa oscura.

Marina

Ataviada con el vestido rojo
Con el perfume erótico,
Dueña de todas las fantasías.

Marina

La mujer solitaria.
La noche en el día,
El sol en la noche.

Marina

La del cabello caoba,
La de las galaxias infinitas
La de la sonrisa carmín.

Marina, 
la prostituta de negro.

martes, 6 de marzo de 2012

¿Y qué tú crees?

Comenzar el día con una pregunta:
¿Será hoy igual?
Y responderte con otra:
¿Y qué tú crees?


sábado, 18 de febrero de 2012

Jamás.

Se materializó frente a mi, enarcó una ceja y me susurró:

—¿Te hace bien? —Suspiré, y bajé la guardia. Con él no podía.

—Para nada —Le vi carraspear, no esperaba otra cosa.

—¿Por qué sigues así, entonces? —Los ojos me ardían, tal vez por la luz brillante del día, a lo mejor por el polvo. Quizá por su culpa.

—Porque me gusta... —Le miré esperando ver alguna mueca, pero sólo me encontré con un rostro transparente. Libre de emociones.—Soy una maldita, eso es lo que crees, ellos también lo creen...

—Y no te equivocas. —Con sorpresa lo observé, no esperaba tanta honestidad. Hacía mucho que no la recibía de nadie, ni siquiera de mi misma.—¿Por qué lloras?

—Yo no... —La lágrima me supo a tristeza, vergüenza, y arrepentimiento. Un sollozo brotó de mis labios, y al segundo estaba con las rodillas raspadas. Lo observé desde el suelo, vi sus ojos oscuros. Llenos de acusaciones y odio, de reproche y decepción.—Perdóname... De verdad, yo lo sien...

—No. —Espetó, me miró fijo y repitió—No, jamás lo haré. Me mentiste, y te traicionaste cuando prometiste no hacerlo... Yo nunca te perdonaré.

Y luego me sonrió; una mueca ladeada, arrogante y maliciosa... Y yo me quedé allí, tirada en el piso con las rodillas heridas y el rostro húmedo. Mirándole con desesperación.

—Y recuerda esto... —Se convirtió en viento, alborotando las hojas secas y abriendo las heridas cerradas. Traslúcido, me susurró al oído con voz reprimida—Yo nunca te perdonaré. Jamás...

sábado, 4 de febrero de 2012

Divagar en la vida es mi pasatiempo.

Le siento cercano, y le quiero así. 
Casi fundido en mi. 
Aunque no me toque, aunque no le vea ni le respire. 
La visión se me empaña, se me nubla. 
Veo todo rojo, pero a él no.
¿Desde cuándo, así estoy?
Las horas me pesan y los días me sobran.
Ya no vivo.
Me ha dicho que luche, como él.
¿Pero cómo luchar por algo que no existe?
¿Vivir?
Yo existo porque respiro, y a veces no siento que lo hago.
Y le tengo miedo a su partida, aún cuando él no está.
Me extenúan las ideas, que no nacen pero se conciben.
Las aborto, y ellas lloran por eso.
¿De piedra?
No, nunca lo fui.
¿Acaso alguien que llora una vida no nacida, es de piedra?
¡La diferencia existe!
¡Le canto a la luna, lloro por culpa del viento!
¡No soy de piedra!
Ahora lloro, y me arden los ojos...
Me duele el alma.
¿Me lo merezco?
Tal vez... 
No, sin duda me lo merezco.
Entablé la amistad más duradera con la soledad. 
Y no la quiero perder.
Así que déjenme llorar el veneno del tiempo.
Así me alivio.
Y siento que lucho.
Y que no existo, y por un instante vivo y respiro.
Como él, al mismo tiempo.

martes, 24 de enero de 2012

Esto no irá a borradores.

Hoy por hoy,
Soy así.
Hablo así.
Sueño así
Quiero así...

Hoy por hoy,
Odio así.
Ignoro así.
Sonrío así...

Hoy por hoy,
Me detesto a veces.
Los detesto a veces.
Los quiero a veces...

Hoy por hoy,
No sé como cambiar.
No sé si cambiar.
No sé si les quiero agradar.

Hoy por hoy,
Me importa lo que piensen.
Me importa que me miren,
Me importa que me acepten.

Hoy por hoy,
Me permito el instante de debilidad.
Pero sólo un instante.
Porque mañana ya no me importarán...

miércoles, 18 de enero de 2012

Bon appetit!

Joshua fue un joven feliz y agradecido con la vida, que sació la sed de una mujer famélica. Aquí se relata su acto de bondad...




Eran ya las nueve de la mañana. Y en las calles de Oscab, cubiertas por un manto de neblina, se empezaban a asomar los comercios; la pastelería de la esquina Cuuz abría sus puertas liberando un aroma a delicioso pan recién horneado y canela. La tienda de frutas de la Sra. Lupin ya mostraba los estantes ocupados con verdes manzanas y grandes sandías. En la herrería se escuchaban los martillazos del enérgico Tomas, y la iglesia dejaba oír el sonar de las campanas. Pronto, el bullicio de la gente era grande; y las calles, que horas antes fueron solitarias y sombrías, ahora cobraban vida y movimiento. Los vendedores ambulantes gritaban las ofertas del día, y los clientes azorados se peleaban por un pedazo de carne más barato.


Allá, a unas cuadras de distancia. Lejos de aquel griterío y de la muchedumbre energética. En las sombras de un callejón en unas de las calles de mala reputación, se encontraba una persona. Oculta entre las sombras observaba a un hombre caminar con paso ligero. Éste parecía contento y satisfecho. Su cabello castaño hasta los hombros se movía ligeramente con el pobre viento de la mañana, y una bonita sonrisa adornaba su juvenil rostro...


... Joshua Pewyl había conseguido una oportunidad de trabajo en la herrería del viejo Tomas. Pocos eran aptos para ese trabajo arduo y pesado. Pero él había trabajado duro para conseguirlo, él se lo merecía. Pronto tendría dinero suficiente para irse a vivir a Tylee; ahí, donde la vida era más tranquila y hermosa. Quizá abriera su propia herrería. Y, con un poco de suerte, conseguiría dinero suficiente para casarse con su amada Francisca. Ese solo pensamiento le dio el ánimo que necesitaba. Se casaría con su querida Francisca, formarían una familia y vivirían en Tylee, envejecerían viendo a sus hijos crecer y a sus nietos nacer. 

¡Qué feliz sería!

Al pasar por un callejón, escuchó el sollozo de una persona. Guiado por su cualidad bondadosa, se detuvo en la entrada de la oscura callejuela.


—¿Hola? — Preguntó —¿Hay alguien ahí?


—Ayúdeme joven — Suplicó una voz aguda. En la esquina derecha, junto a unas cajas sucias, una mujer hecha ovillo lloraba. Su cabello rojizo estaba enmarañado y su rostro, empapado en lagrimas. Su vestido dejaba ver unas machas de sangre en su escote. Levantaba una temblorosa mano en su dirección —Ayúdeme, se lo suplico. — Pedía la mujer. Joshua caminó hasta su lado y tomó su mano. En seguida, la mujer se puso de pie y se apegó demasiado a él, sujetando con sus delgados brazos, lo fuertes de Joshua. Su agarre era recio y algo tembloroso. Todo el cuerpo de la pobre mujer temblaba.


—¿Qué tiene mujer? ¿Qué le ha sucedido? — Le preguntaba Joshua nervioso. La mandíbula de la mujer estaba tensa y pestañeaba compulsivamente. Su respiración era acelerada. Tenía un aspecto terrible. Joshua buscó sus ojos, encontrándose con los más negros que había visto en toda su vida. No había vida en ellos. Los ojos no reflejaban la poca luz que había en el callejón. Y Joshua creyó que era un alma perdida.


—Tengo hambre — Tartamudeaba la mujer —¡Tengo hambre! — Repetía. Su voz era escalofriante. Un susurro agudo y rasposo. De repente, a Joshua el miedo comenzó a invadirlo. Un miedo, pensó él, completamente irracional.


—Mujer, vayamos con la Guardia. Allí le ayudaran — La mujer lo soltó y dio un gran salto hacia atrás. Su rostro tenía una mueca de enojo. Un gruñido se escuchó de su garganta. Sonaba como un animal hambriento y rabioso. Arrugó su nariz en un gesto de asco.


—Esos malditos me hicieron esto. ¡Esos malditos! — Gritó asustando a Joshua, que dio un paso hacia atrás. La mujer suavizó la expresión de su rostro; su gesto volvió a ser desesperado y nervioso.

—Joven por favor, tengo hambre. No se vaya — Con ambos brazos abiertos la mujer bajó la cabeza. 


Joshua se acercó con cautela a la infortunada. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella, como para detectar con claridad el olor a putrefacción que despedía su cuerpo, fue muy tarde para reaccionar. La mujer en un rápido movimiento lo tomó de ambos brazos. Alzando su rostro dejó ver su dentadura manchada de sangre. 


—¿Me daría su sangre joven? — Preguntó de manera inocente, y soltó una carcajada al ver el rostro crispado por el miedo del hombre.


Un grito se dejó escuchar por los alrededores del sector Blowo. En la calle frente al bosque Este. En la callejuela junto a lo que antaño era un bar, donde los señores iban a disfrutar de una noche con sus compañeros de trabajo, fumándose un puro y escuchando música relajante; el cuerpo inerte, pálido y frío de Joshua Pewyl se encontraba tirado por entre cajas y desechos de hojas secas y podridas. Su blanca camisa estaba manchada de la sangre que su cuello desgarrado expulsaba. Sus ojos seguían abiertos, sus claros ojos marrones observaban el cielo, y las nubes que lo navegaban. Se oía a lo lejos, el cantar de un ave, y el maullido de un gato pasar. Su vista se nubló momentáneamente por las lágrimas que soltó al pensar en su amada Francisca.


¡Oh, los sueños de vivir en Tylee! ¡La familia que nunca llegaría a tener!

¿Alguna vez le dijo a Francisca cuanto la amaba?


Ahora era muy tarde. Su vida se iba con cada suspiro. Ya no sentía ese dolor punzante y helado en el cuello. El líquido caliente tampoco lo sentía correr por su espalda. ¡Maldita mujer! Maldijo su costumbre de ayudar al prójimo, maldijo a esa mujer que lo engaño vilmente. ¡No!, el no debía morir deseándole el mal a nadie. La culpa la tenia el mismo y nadie más, al decidir caminar por esas calles peligrosas y solitarias…


Sus ojos pesaban, y sintió dolor cuando al toser escupió sangre, manchando su barbilla. Joshua Pewyl dio su último suspiro, su vida se escapó por entre sus labios cuando respiro por última vez. 


Sus ojos nunca llegaron a cerrarse.


Una sonrisa afloró en los labios de la mujer que observaba el cuerpo sin vida de Joshua. Peinando su cabello con sus delicadas manos, relamió sus labios manchados de rojo.


—Una muerte demasiado lenta — Suspiró observando el cuello del hombre, que horas antes había atacado. Haciendo una reverencia elegante, y que, en esa situación distaba de serlo. Murmuró con voz divertida y placentera —Gracias por la comida y el espectáculo, joven.

lunes, 16 de enero de 2012

Te maté

Te maté, porque me sentía muy cerca de ti. 
Me sentía cerca de todos, cuando mi costumbre era estar lejos.

Te maté, porque no existías. 
Y me volvían loca tus sonrisas irreales, tus ojos transparentes y tus caricias etéreas.

Te maté, porque no me gustaba mucho soñar. 
Y tú sólo me visitabas allí, en la somnolencia de mi locura.

Te maté, porque quisiste volverme tuya. 
Y yo soy del viento, del cielo y de la lluvia. 

Te maté, porque no podía vivir así. 
Con un corazón muy alegre, que saltaba con cada mirada irreal.

Te maté, porque ya no vivías. 

Porque no te sentía aquí.

Porque no me sentía aquí.

Porque no eramos de aquí.

Te maté, como tú me mataste a mi.
En silencio, y con frías lágrimas.

domingo, 8 de enero de 2012

Ella se siente sola.


Ella se siente sola.
Lo sé por sus ojos,
caídos y callados. 

Su sonrisa ya no es tan brillante,
Siempre es una mueca,
 Poco disimulada y de mal gusto.
 No es un sonrisa bonita.

Su cuerpo no tiene vida,
Respira, sí.
Pero no vive.
Igual que sus ojos,
Y su sonrisa.

Ella se siente sola,
Pero no habla.
Muy poco dice,
Y casi nunca grita.

Pero el viento me dice,
Él me dice que,
Sus lágrimas sí gritan.
Fuerte y alto.
Y el silencio se interrumpe,
Por un segundo,
Y deja de hacer ruido,
Para que sus lágrimas griten.
Y todos la escuchen cuando llora.
En su cama,
Por las noches,
Con el silencio de guardia.

Ella se siente sola,
Me lo dijo el viento,
Me lo dicen sus ojos,
Me lo muestra su mueca,
disfrazada de sonrisa.

Gabriela.