sábado, 30 de marzo de 2013

Románticos de clóset y demás.

—¿Desde cuándo te gusta el rosa?
—Desde que vi la camisa, ¿algún problema?
—No, pero es que no te veo de rosa.
—No seas cerrado, yo sí me veo de rosa, de amarillo y de verde manzana también. 
—Pero yo nunca te he visto con esos colores... Solo digo, no te enojes.
—Pero si no me enojo. El rosa me hace ver bien, además. Con rubor, así, como muñeca de porcelana.
—¡Ja! Pues de muñeca no tienes nada. Aunque te ves más inocente. Carajo, y por eso lo digo, ¡desde cuándo! Azul, o quizás morado. ¡Pero rosa! Jamás, por eso es extraño.
—Será extraño, pero nunca he dicho que no me gusta el rosa... Bueno, algunas veces lo he dicho, pero como siempre, me contradigo. Lo cual es normal.
—Cierto... Está bien, si estamos en esas. Me contradigo pues y te confieso que me gustan las novelas románticas.
—¡¿Qué?! ¡Las románticas! Qué tarado, ¿desde cuándo?
—Pues, no sé, desde hace poco. Es que el otro día mi prima me pasó un libro, así, y la trama se veía interesante. Dos hermanos gemelos, y se muere uno, dejando a la novia sola, pero ella no sabe que murió, y entonces el otro hermano, que vivía en Europa, regresa y se hace pasar por el que murió. Y entonces la novia...
—A ver, no. Para. Qué asco. ¿Encuentras eso interesante? ¡Gemelos!
—No sé, estaba aburrido. Y no tenía dinero para comprar algún libro.
—Pues entonces busca libros de biología, no sé, algo que te eduque. No eso. ¡Gemelos! Coño, todavía me suena increíble. ¡Y en el sentido más literal de la palabra! Es decir, ¿la tipa se lo creyó?
—Ah, pero esa era la cuestión, la tipa era ciega. Y al principio cuando lo escuchó hablar, notó algo extraño. Pero como se encantó con la actitud del hermano, lo dejó pasar. El amor, tú sabes.
—Sí, yo sé. Pero, explícame, por qué el hermano hace eso, por qué hacerse pasar por alguien muerto. ¿Nadie dijo nada? La familia, o los amigos... No le encuentro el sentido.
—La idea fue de ellos. Es que el hermano que falleció era un alcohólico, infiel y demás. Y pues, la tipa era ciega, bonita e inocente, y demasiado buena para ser verdad. Y ahora que lo pienso... Qué mujer tan estúpida. Inocente nada, porque el tipo le hizo de todo después de casarse y...
—¡Alto! ¿tenía escenas de sexo, el libro? 
—Pues claro, es una novela romántica, es normal.
—Ah, claro. Y se casaron, cogieron como animales, tuvieron hijos...
—¡No! se casaron, pero después se divorciaron porque la ciega se dio cuenta que él no era el hombre que decía ser...
—Seguro descubrió que no era el hermano, porque lo tenía de diferente tama...
—¡No! Pero qué dices, pervertida. El tipo era millonario. Y ella se molestó porque no le dijo nada, ni siquiera que era el otro hermano, y que era muy desconfiado. Y se separaron, y pasó el tiempo, y la ciega se dio cuenta que amaba mucho al hermano...
—Ay, qué culebrón tan ridículo... ¿y cómo terminan los dos pendejos?
—No, vale, mejor te lo presto. ¿Te lo llevo a tu casa mañana?
—Chamo, pero si ya me contaste la mitad... Pero sí, dale. 
—Está bien, entonces. 
—...Novelas románticas, qué ridiculez. 
—Eh, no digas nada, que a ti te gusta el rosa.


¡Saludos! 

Regresé (supongo) con esto. Algo horrible, horrible, sin narración, solo diálogos y algo de lenguaje coloquial, muletillas y temas trillados. Pero que se me ocurrió porque me entraron ganas de leer una novela romántica. ¡Ja! Y porque yo odio las novelas románticas (¿verdad?), también porque el tema de amar algo que dices odiar es tan común en mi entorno que ya fastidia (¿por qué no aceptarlo y listo?), no sé... De todas maneras, yo aún digo que odio las novelas románticas, aunque las lea de vez en cuando. 

Ya, acabé de parlotear.

Nos leemos, mentes ávidas. 

PD: Con esta publicación no pretendo insultar a aquellos que gustan de leer este género. Ya que buscando entre ese pajar de basura (oh, oh) que es el género romántico (contemporáneo, histórico, etc), siempre va a estar la aguja que es la joya del mismo, esa historia que vale la pena. Porque excepciones las hay en todas partes. (:

lunes, 25 de marzo de 2013

Hundirse y ahogarse.

Ahogarse siempre ha sido el gran temor de Luna. Por eso habla y escucha cada vez que puede. Así no se atoran las palabras en su garganta, hacinándose impetuosas. Sin embargo, hay ocasiones que este hábito no puede salvarla, y Luna se ahoga con las palabras; entonces se calla y busca refugio en la penumbra de las esquinas 

Y por un largo rato Luna observa, mientras lucha y lucha, y trata de escupir las palabras que le obstruyen la respiración. Y las manos le tiemblan, y la frente le suda. Toda ella palidece, y los ojos le escuecen. Pero la mente sigue inventando frases que decir, palabras para gritar y otras para susurrar. 

Todas ellas se sobreponen, y se confunden, se acumulan en la garganta cada vez más prieta de Luna. Y el aire no pasa... Y cuando por fin las escupe, las palabras suenan extrañas. O no suenan, simplemente; y a veces, ambas. Una garganta magullada, una respiración desesperada, unos ojos llorosos, y una mente ágil que habla.

Pero la voz calla. 

Ella se ahoga en las esquinas, observando todo con ojos llorosos y la respiración entrecortada. Se ahoga con palabras que la mente dice, y la voz calla. Y la garganta se contrae, el estómago duele y las manos no paran de temblar. Y Luna teme hundirse y después ahogarse.