viernes, 1 de junio de 2012

Camila.

Dibujo de Ana Guann


Camila fue un retrato que hice para un concurso. No me costó mucho, el carboncillo se deslizaba por el papel con naturalidad, igual que el recuerdo de su rostro en mi mente. Vivo, asustado, pequeño, pecoso y sonrojado. El resultado fue un bosquejo burdo de lo que sus facciones alguna vez fueron, o casi. 

Alguna vez... Ni siquiera la escuché hablar, sólo conocí sus ojos asustados y confundidos, y ni eso duró mucho tiempo. De su rostro sólo vi la mitad, las pecas de sus hombros las logré atisbar, y parte de su espalda pálida, también pecosa. El color de su cabello no lo recuerdo, la farola del bar le daba un brillo rojizo, pero yo la imagino morena, le pega mejor a su recuerdo. Y las cejas finas, y los labios llenos, y la nariz pequeña...Y los ojos asustados y confundidos. 

Yo estaba en ese bar por casualidad, y casi nunca tengo una casualidad memorable. Fue acaso casualidad que yo hubiera salido, o que la hubiera escuchado suspirar y jadear. Afortunado yo, ella no tanto... Yo encendía un cigarrillo cuando vi la mitad de su rostro, atisbé las pecas de sus hombros y de su espalda pálida, y los ojos asustados y confundidos. 

Después me urgió ir al servicio. 

Al día siguiente el callejón del bar estaba repleto de policías con rostros serios y cintas rezando prohibido el paso. Luego se escuchaba de ella en las noticias, en los periódicos, conversaciones en las paradas de bus y demás vías de comunicación. 

No tuve curiosidad por conocer de ella, me bastaba con la mitad de su rostro, las pecas difusas en sus hombros y en su espalda pálida. 

Ah, y los ojos asustados y confundidos. 

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