miércoles, 28 de diciembre de 2011

Morbo.

Morbo. Era lo que veía, en todos. En cada gesto interesado, en cada palabra de asombro, en cada parpadeo. Frente al escenario sangriento que ocurría en la calle, docenas de personas se agrupaban con curiosidad palpable. Una vida se perdió, de manera desafortunada. Y todos veían en el asfalto, una anécdota que guardar, atesorar y recordar... Qué desagradable era contemplar a esa gente. Ancianos y niños. Peleándose por un lugar en la primera fila.

¡Pobre hombre!

¡Qué Dios lo tenga en su gloria!

¡Qué horrible suceso!

Un chico se había acercado demasiado al cuerpo inerte, y un oficial de policía tomándole por el hombro, lo obligó a retroceder. El movimiento brusco del chico, hizo que mi pie tropezara. 

—¡Eh chiquillo, cuidado! — Le dije. El chico me miró, detalló mi uniforme y bajó la vista haciéndose a un lado. Sí, ellos eran morbosos. Sin saberlo, sin querer. La muerte no se veía muy a menudo, y se vivía sólo en carne propia. Pero ahora estaba en la calle, en el aire de esa cuadra. En el cuerpo degollado de ese hombre. 

—¡Hacía atrás! ¡Gente, hacía atrás! — Gritaba un oficial. Me distinguió entre la multitud, y me hizo señas con las manos. Efusivo, contento. Qué sé yo. —¡Forense! ¡Eh, denle paso a la mujer!

Sí, la gente era morbosa. Pero supongo que no más que yo.

1 comentario:

  1. Este me ha encantado. Tan pocas palabras pero wow, en verdad que ni siquiera sé cómo describirlo, sólo sé que me encantó.

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