sábado, 18 de febrero de 2012

Jamás.

Se materializó frente a mi, enarcó una ceja y me susurró:

—¿Te hace bien? —Suspiré, y bajé la guardia. Con él no podía.

—Para nada —Le vi carraspear, no esperaba otra cosa.

—¿Por qué sigues así, entonces? —Los ojos me ardían, tal vez por la luz brillante del día, a lo mejor por el polvo. Quizá por su culpa.

—Porque me gusta... —Le miré esperando ver alguna mueca, pero sólo me encontré con un rostro transparente. Libre de emociones.—Soy una maldita, eso es lo que crees, ellos también lo creen...

—Y no te equivocas. —Con sorpresa lo observé, no esperaba tanta honestidad. Hacía mucho que no la recibía de nadie, ni siquiera de mi misma.—¿Por qué lloras?

—Yo no... —La lágrima me supo a tristeza, vergüenza, y arrepentimiento. Un sollozo brotó de mis labios, y al segundo estaba con las rodillas raspadas. Lo observé desde el suelo, vi sus ojos oscuros. Llenos de acusaciones y odio, de reproche y decepción.—Perdóname... De verdad, yo lo sien...

—No. —Espetó, me miró fijo y repitió—No, jamás lo haré. Me mentiste, y te traicionaste cuando prometiste no hacerlo... Yo nunca te perdonaré.

Y luego me sonrió; una mueca ladeada, arrogante y maliciosa... Y yo me quedé allí, tirada en el piso con las rodillas heridas y el rostro húmedo. Mirándole con desesperación.

—Y recuerda esto... —Se convirtió en viento, alborotando las hojas secas y abriendo las heridas cerradas. Traslúcido, me susurró al oído con voz reprimida—Yo nunca te perdonaré. Jamás...

sábado, 4 de febrero de 2012

Divagar en la vida es mi pasatiempo.

Le siento cercano, y le quiero así. 
Casi fundido en mi. 
Aunque no me toque, aunque no le vea ni le respire. 
La visión se me empaña, se me nubla. 
Veo todo rojo, pero a él no.
¿Desde cuándo, así estoy?
Las horas me pesan y los días me sobran.
Ya no vivo.
Me ha dicho que luche, como él.
¿Pero cómo luchar por algo que no existe?
¿Vivir?
Yo existo porque respiro, y a veces no siento que lo hago.
Y le tengo miedo a su partida, aún cuando él no está.
Me extenúan las ideas, que no nacen pero se conciben.
Las aborto, y ellas lloran por eso.
¿De piedra?
No, nunca lo fui.
¿Acaso alguien que llora una vida no nacida, es de piedra?
¡La diferencia existe!
¡Le canto a la luna, lloro por culpa del viento!
¡No soy de piedra!
Ahora lloro, y me arden los ojos...
Me duele el alma.
¿Me lo merezco?
Tal vez... 
No, sin duda me lo merezco.
Entablé la amistad más duradera con la soledad. 
Y no la quiero perder.
Así que déjenme llorar el veneno del tiempo.
Así me alivio.
Y siento que lucho.
Y que no existo, y por un instante vivo y respiro.
Como él, al mismo tiempo.