jueves, 23 de agosto de 2012

Mejores amigos IV

Parte IV

Le ardía la garganta, no sabía. Encerrada en el baño de una gasolinera, a media noche, lagrimeando lo que no pudo hace horas. Miró su rostro demacrado, pálido, ojeroso y casi fantasma. Shana no supo si era ella la que, llorona, se reflejaba en el espejo. Julián sabía que ya no era ella. No la de antes...

—Pero aún soy... ¿Verdad? —La Shana del espejo le sonrió; media mueca rota, cínica, maliciosa y sádica. Y casi escuchó la risa entre dientes de su reflejo, mofándose de ella.—Sólo tenemos a Julián, no lo echemos a perder. Tú... No podría sobrevivir sin él. No soy... No somos nada sin él. ¡No lo jodas ahora!

El silencio que le respondió fue punzante, y le dolió tanto como los nudillos rotos. Shana no sabía... Se preguntaba, pero no sabía. 

—¿Shana? ¿Qué... —Entró Julián, con la preocupación precavida pintada en el rostro. Una mueca que Shana le había aprendido recién.—¡Shana, tu mano! ¿qué sucedió?

Aspiró profundo, reconociendo la hediondez del lugar; el olor de Julián después: sudor y desodorante de menta, algo de su gel para el cabello, y la tierra húmeda en la suela de sus zapatos. Algo de cloro, desinfectante de limón. Y al fondo, casi camuflado, el hedor de su sangre.

—¿Estás bien?

Miró al lavabo, manchado y sucio, cubierto de esquirlas de vidrio. Se lavó la sangre, presionando después los nudillos limpios contra su camisa. No quiso mirarse en el espejo destrozado, no quería saber de la Shana en el espejo. Tragó saliva, y le urgió abandonar aquel apestoso baño. Julián cubrió sus hombros con un brazo, besándole la mejilla cariñoso y precavido.

No tiene que ser precavido conmigo, pensaba mientras cruzaban la puerta. Pero Shana no sabía... Porque escuchó a la otra como reía estruendosa desde el espejo roto, porque le ardía la garganta, porque el hedor de su sangre le sabía bien. Y porque Julián estaba cerca, pero precavido.

¿Hasta cuándo seguiré siendo Shana?

domingo, 12 de agosto de 2012

Mejores amigos III

Parte III

Julián se encontró frente a un portal viejo, con un dedo presionado en un timbre que chilló al segundo, sin notarlo. Después se abrió la puerta, y miró a Shana, que estaba pálida y con los ojos acuosos.

—¿Estás...? — Dejó que el resto de la frase le flotara hasta el oído por su cuenta, él no quería preguntar. Ella asintió y se limpió los rastros de sangre del labio.

—Sí, todavía. —Le aseguró Shana, afirmando que era la de siempre. Sólo que con el pelo enmarañado y las ropas húmedas con sangre.

Él no quiso cerciorarse, sin embargo, y sólo pasó por su lado al penumbroso pasillo. De espaldas a ella, su rostro se afligió pensando en el porvenir de Shana, en el suyo. En el de ambos. Entonces volvió su cara, y la vio con la mirada baja, los labios tensos y ya no quiso pensar más.

Se acercó a su lado, palmeó su cabeza y le besó la frente.

—Vamos a estar bien. Yo estoy contigo, ¿de acuerdo? —Le preguntó, se preguntó. Ella asintió, confiaba en él. Julián no sabía, él nunca pudo confiar en sí mismo; y en Shana...

Ella sonrió; mostrando unos dientes manchados de sangre, una sonrisa que no era de ella, sino de lo que sería. Una sonrisa que lo desarmó, y que le hizo saber... Pero no podía dejarla, nunca podría.

Aunque Shana le mostrara los colmillos llenos de sangre, aunque le saltara al cuello como lo hizo con su padre.

Julián siempre estaría con ella... Condenado con ella.

miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Quién?

¿De qué va a huir si no esconde monstruos bajo la cama?

Joselia no tiene temores, vida recta, perfecta, sin rayones ni errores. Un camino que recorre sin piedras, porque ella las sabe saltar sin verlas siquiera. No es muy ni muy poco. Es Joselia. En el medio, intermedio, neutral. Sin piedras en el camino, ni de las buenas ni de las malas.

¿A quién le va a llorar si no siente por nadie?

Al padre, a la madre, al primo, a la abuela. La familia, la constante, el igual. Los de siempre. Allí no hay bajones, ni subidas. Recto, como todo. Amigos que son como una nube; se van y después no sabe si llegan. Y si llegan, no se da cuenta.

¿En qué espejo se va a reconocer si no se encuentra en el reflejo?

La carrera de su madre, la casa de su padre, los chistes de su primo, las costumbres de su abuela, la indiferencia de sus amigos. Copia, recto, sin piedras, ni bajones ni subidas.

Se ha perdido.

¿Joselia, decía?

¿Quién?

No sé, no la conozco. No existe, son letras, no tiene reflejo, tiene la vida recta, sin piedras.

¿Quién?

Mejores amigos II

Parte II

Shana aventó el teléfono al pasillo, apresurándose a la sala. Su padre la veía con ojos muertos desde el sofá. Del cuello aún borbotaba sangre, que manchaba el sofá y la camiseta que vestía. Le nació un rugido en el estómago, pero apartó la vista antes de que llegara a su garganta. Caminó hasta el televisor, que seguía transmitiendo un partido de fútbol. Sintonizó un canal de noticias, y se arrodilló frente a la caja parpadeante.

Notaba frío en los pies, cosquillas en el cuello, y una sensación pegajosa en los labios. Se sintió perdida, de repente, con los brazos tiesos y la mirada nublada de confusión. Le temblaba el pecho y la punta de los dedos. Y la sangre en su boca ya le sabía amarga. Sollozó un rato más, sin lograr inundarse con agua las mejillas.

La luz del televisor le perfilaba en el rostro, un semblante rígido, compungido y desasosegado que se alteraba con arrugas cada que vez que Shana olía a su padre muerto recién. Con las pupilas dilatadas, las aletas nasales expandidas y un rugido constante que trataba de calmar, ella esperaba que Julián llegara y la serenara. Y le quitara el temblor en los dedos, que retorcían el dobladillo de su pijama con impaciencia.