martes, 24 de enero de 2012

Esto no irá a borradores.

Hoy por hoy,
Soy así.
Hablo así.
Sueño así
Quiero así...

Hoy por hoy,
Odio así.
Ignoro así.
Sonrío así...

Hoy por hoy,
Me detesto a veces.
Los detesto a veces.
Los quiero a veces...

Hoy por hoy,
No sé como cambiar.
No sé si cambiar.
No sé si les quiero agradar.

Hoy por hoy,
Me importa lo que piensen.
Me importa que me miren,
Me importa que me acepten.

Hoy por hoy,
Me permito el instante de debilidad.
Pero sólo un instante.
Porque mañana ya no me importarán...

miércoles, 18 de enero de 2012

Bon appetit!

Joshua fue un joven feliz y agradecido con la vida, que sació la sed de una mujer famélica. Aquí se relata su acto de bondad...




Eran ya las nueve de la mañana. Y en las calles de Oscab, cubiertas por un manto de neblina, se empezaban a asomar los comercios; la pastelería de la esquina Cuuz abría sus puertas liberando un aroma a delicioso pan recién horneado y canela. La tienda de frutas de la Sra. Lupin ya mostraba los estantes ocupados con verdes manzanas y grandes sandías. En la herrería se escuchaban los martillazos del enérgico Tomas, y la iglesia dejaba oír el sonar de las campanas. Pronto, el bullicio de la gente era grande; y las calles, que horas antes fueron solitarias y sombrías, ahora cobraban vida y movimiento. Los vendedores ambulantes gritaban las ofertas del día, y los clientes azorados se peleaban por un pedazo de carne más barato.


Allá, a unas cuadras de distancia. Lejos de aquel griterío y de la muchedumbre energética. En las sombras de un callejón en unas de las calles de mala reputación, se encontraba una persona. Oculta entre las sombras observaba a un hombre caminar con paso ligero. Éste parecía contento y satisfecho. Su cabello castaño hasta los hombros se movía ligeramente con el pobre viento de la mañana, y una bonita sonrisa adornaba su juvenil rostro...


... Joshua Pewyl había conseguido una oportunidad de trabajo en la herrería del viejo Tomas. Pocos eran aptos para ese trabajo arduo y pesado. Pero él había trabajado duro para conseguirlo, él se lo merecía. Pronto tendría dinero suficiente para irse a vivir a Tylee; ahí, donde la vida era más tranquila y hermosa. Quizá abriera su propia herrería. Y, con un poco de suerte, conseguiría dinero suficiente para casarse con su amada Francisca. Ese solo pensamiento le dio el ánimo que necesitaba. Se casaría con su querida Francisca, formarían una familia y vivirían en Tylee, envejecerían viendo a sus hijos crecer y a sus nietos nacer. 

¡Qué feliz sería!

Al pasar por un callejón, escuchó el sollozo de una persona. Guiado por su cualidad bondadosa, se detuvo en la entrada de la oscura callejuela.


—¿Hola? — Preguntó —¿Hay alguien ahí?


—Ayúdeme joven — Suplicó una voz aguda. En la esquina derecha, junto a unas cajas sucias, una mujer hecha ovillo lloraba. Su cabello rojizo estaba enmarañado y su rostro, empapado en lagrimas. Su vestido dejaba ver unas machas de sangre en su escote. Levantaba una temblorosa mano en su dirección —Ayúdeme, se lo suplico. — Pedía la mujer. Joshua caminó hasta su lado y tomó su mano. En seguida, la mujer se puso de pie y se apegó demasiado a él, sujetando con sus delgados brazos, lo fuertes de Joshua. Su agarre era recio y algo tembloroso. Todo el cuerpo de la pobre mujer temblaba.


—¿Qué tiene mujer? ¿Qué le ha sucedido? — Le preguntaba Joshua nervioso. La mandíbula de la mujer estaba tensa y pestañeaba compulsivamente. Su respiración era acelerada. Tenía un aspecto terrible. Joshua buscó sus ojos, encontrándose con los más negros que había visto en toda su vida. No había vida en ellos. Los ojos no reflejaban la poca luz que había en el callejón. Y Joshua creyó que era un alma perdida.


—Tengo hambre — Tartamudeaba la mujer —¡Tengo hambre! — Repetía. Su voz era escalofriante. Un susurro agudo y rasposo. De repente, a Joshua el miedo comenzó a invadirlo. Un miedo, pensó él, completamente irracional.


—Mujer, vayamos con la Guardia. Allí le ayudaran — La mujer lo soltó y dio un gran salto hacia atrás. Su rostro tenía una mueca de enojo. Un gruñido se escuchó de su garganta. Sonaba como un animal hambriento y rabioso. Arrugó su nariz en un gesto de asco.


—Esos malditos me hicieron esto. ¡Esos malditos! — Gritó asustando a Joshua, que dio un paso hacia atrás. La mujer suavizó la expresión de su rostro; su gesto volvió a ser desesperado y nervioso.

—Joven por favor, tengo hambre. No se vaya — Con ambos brazos abiertos la mujer bajó la cabeza. 


Joshua se acercó con cautela a la infortunada. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de ella, como para detectar con claridad el olor a putrefacción que despedía su cuerpo, fue muy tarde para reaccionar. La mujer en un rápido movimiento lo tomó de ambos brazos. Alzando su rostro dejó ver su dentadura manchada de sangre. 


—¿Me daría su sangre joven? — Preguntó de manera inocente, y soltó una carcajada al ver el rostro crispado por el miedo del hombre.


Un grito se dejó escuchar por los alrededores del sector Blowo. En la calle frente al bosque Este. En la callejuela junto a lo que antaño era un bar, donde los señores iban a disfrutar de una noche con sus compañeros de trabajo, fumándose un puro y escuchando música relajante; el cuerpo inerte, pálido y frío de Joshua Pewyl se encontraba tirado por entre cajas y desechos de hojas secas y podridas. Su blanca camisa estaba manchada de la sangre que su cuello desgarrado expulsaba. Sus ojos seguían abiertos, sus claros ojos marrones observaban el cielo, y las nubes que lo navegaban. Se oía a lo lejos, el cantar de un ave, y el maullido de un gato pasar. Su vista se nubló momentáneamente por las lágrimas que soltó al pensar en su amada Francisca.


¡Oh, los sueños de vivir en Tylee! ¡La familia que nunca llegaría a tener!

¿Alguna vez le dijo a Francisca cuanto la amaba?


Ahora era muy tarde. Su vida se iba con cada suspiro. Ya no sentía ese dolor punzante y helado en el cuello. El líquido caliente tampoco lo sentía correr por su espalda. ¡Maldita mujer! Maldijo su costumbre de ayudar al prójimo, maldijo a esa mujer que lo engaño vilmente. ¡No!, el no debía morir deseándole el mal a nadie. La culpa la tenia el mismo y nadie más, al decidir caminar por esas calles peligrosas y solitarias…


Sus ojos pesaban, y sintió dolor cuando al toser escupió sangre, manchando su barbilla. Joshua Pewyl dio su último suspiro, su vida se escapó por entre sus labios cuando respiro por última vez. 


Sus ojos nunca llegaron a cerrarse.


Una sonrisa afloró en los labios de la mujer que observaba el cuerpo sin vida de Joshua. Peinando su cabello con sus delicadas manos, relamió sus labios manchados de rojo.


—Una muerte demasiado lenta — Suspiró observando el cuello del hombre, que horas antes había atacado. Haciendo una reverencia elegante, y que, en esa situación distaba de serlo. Murmuró con voz divertida y placentera —Gracias por la comida y el espectáculo, joven.

lunes, 16 de enero de 2012

Te maté

Te maté, porque me sentía muy cerca de ti. 
Me sentía cerca de todos, cuando mi costumbre era estar lejos.

Te maté, porque no existías. 
Y me volvían loca tus sonrisas irreales, tus ojos transparentes y tus caricias etéreas.

Te maté, porque no me gustaba mucho soñar. 
Y tú sólo me visitabas allí, en la somnolencia de mi locura.

Te maté, porque quisiste volverme tuya. 
Y yo soy del viento, del cielo y de la lluvia. 

Te maté, porque no podía vivir así. 
Con un corazón muy alegre, que saltaba con cada mirada irreal.

Te maté, porque ya no vivías. 

Porque no te sentía aquí.

Porque no me sentía aquí.

Porque no eramos de aquí.

Te maté, como tú me mataste a mi.
En silencio, y con frías lágrimas.

domingo, 8 de enero de 2012

Ella se siente sola.


Ella se siente sola.
Lo sé por sus ojos,
caídos y callados. 

Su sonrisa ya no es tan brillante,
Siempre es una mueca,
 Poco disimulada y de mal gusto.
 No es un sonrisa bonita.

Su cuerpo no tiene vida,
Respira, sí.
Pero no vive.
Igual que sus ojos,
Y su sonrisa.

Ella se siente sola,
Pero no habla.
Muy poco dice,
Y casi nunca grita.

Pero el viento me dice,
Él me dice que,
Sus lágrimas sí gritan.
Fuerte y alto.
Y el silencio se interrumpe,
Por un segundo,
Y deja de hacer ruido,
Para que sus lágrimas griten.
Y todos la escuchen cuando llora.
En su cama,
Por las noches,
Con el silencio de guardia.

Ella se siente sola,
Me lo dijo el viento,
Me lo dicen sus ojos,
Me lo muestra su mueca,
disfrazada de sonrisa.

Gabriela.